martes, 17 de enero de 2012

Contra la Historia


Hoy en todo el mundo se enseña historia regional o local, la historia política, social y cultural de una región mayor o menor. Cada región enseña su historia desde su punto de vista. Mientras en los Estados Unidos los niños aprenden los nombres de los presidentes americanos y la historia de su nación, en Europa los niños aprenden los nombres de los presidentes de su país y las historias de su región. En todo el mundo, los niños aprenden la historia de su nación, conocen todas las guerras, revoluciones o cambios sociales que ha vivido su país, pero desconocen lo que sucedió en China, Rusia, América, Indonesia, Europa… A mucho estirar, se les enseña la historia de su continente o del territorio vecino al suyo.

Ya cuando los niños europeos estudian la Historia de Europa, no lo hacen igual en todas las regiones, no se enseña lo mismo en todos los países europeos. Dentro de España, por ejemplo, la gente educada en distintas regiones aprende historias distintas. Vemos, por ejemplo, que mientras en Catalunya se enseña la historia del reino “Catalano-Aragonés”, en Aragón los niños aprenden la historia del reino de “Aragón y Catalunya”. Lo mismo sucede a mayor escala, los niños europeos aprenden mucha historia de su región, un poco de historia europea y nada de historia china, india o sudamericana. En Europa los niños aprenden que Colón fue el primer hombre en llegar a América, o dicho de otro modo, que Colón descubrió el continente americano. No es difícil detectar un prisma determinado en estas aserciones; pues Colón sólo fue el jefecillo del primer grupo de europeos que llegaron a América. Pues todos sabemos que ese continente ya estaba poblado y descubierto por muchas otras culturas humanas.
Hasta ahora hemos visto que; 1. En cada región se enseña básicamente su historia y la de sus vecinos, y 2. En cada región se enseña la historia desde su punto de vista.
Además del ya conocido tópico; “la historia la escriben los vencedores”, ahora es claro que los niños están mal informados, que crecen con una información parcial y partidista de la realidad, pues no se enseña más que la historia de la región en la que viven, desde una perspectiva particular de la región. Cuando se enseña historia a un niño se hace desde un prisma particular, se hacen juicios de valor, se enseña que esos eran buenos y los otros malos, que unos eran cultos y los otros barbaros. Los niños siguen aprendiendo que “los ingleses nos atacaron” o que “los franceses nos invadieron” o que “civilizamos a los indígenas”… Se hace pues historia desde un prisma determinado, el de la propia nación o Estado. Este hecho hace que los niños catalanes acaben desarrollando, en su madurez, una animadversión con los españoles o con los franceses, es decir, con aquellos que históricamente han dominado su región. Lo mismo ocurre en los países coloniales o en cualquier otro país del mundo. Pues en todos ellos se enseña la historia de su región desde su propio punto de vista, y así aparecen ya los buenos (nosotros) y los malos (otros).
Mientras los niños aprenden ingestas cantidades de información inútil acerca de quién atacó a su región o quién gobernó en su país, prácticamente no saben nada de la Historia de la Humanidad (HH) o de la Historia de las Ideas (HI), es decir, de la Historia del espíritu universal.
Si hay algo que el cristianismo, la escuela de Jesús, ha aportado a la humanidad y seguirá inexorablemente es su revolución de la igualdad y de la fraternidad entre los hombres. Este es un signo claro para cualquiera, pues la Historia de la Humanidad nos ha llevado a organizaciones cada vez mayores, de mayor igualdad y fraternidad. Y si hay algo que va en contra de este ideal, que separa a los hombres, que los hace contrarios y enemigos de sí, eso es la historia regional, la historia local o nacional explicada desde un punto de vista particular. 

Los niños deberían aprender la Historia de la Humanidad, es decir, la historia de la especie humana, la historia de la cultura humana, la historia del pensamiento humano, la historia de la ciencia o la técnica humana, la historia de las sociedades humanas. Y nada tienen que aprender acerca de los líderes de su región, de las guerras de su país o de los conflictos pasados. ¿Para qué sirven todos estos conocimientos de historia regional, si no es para enfrentar a la gente, para defender la identidad nacional? Y yo detesto de la identidad nacional, ¡qué cosa más repugnante! La nación huele mal, la identidad nacional es repugnante y la historia de la nación es vomitiva. Esto ayuda a que la gente se identifique como español, como catalán, como distinto de, como diferente a, y por tanto, como no igual. No quiero nada nacional, ¡basta de naciones! Yo me deshice de mi identidad nacional hacia los veinte años, cuando aprendí que no hay nada mejor en mi nación que en las demás, que no somos distintas especies de simios, que no somos mejores personas. El nacionalismo, todo nacionalismo, es contrario al ideal cristiano de fraternidad y amor entre las personas. Es un freno a ese ideal, es una barrera para la unión fraternal de la humanidad. A los niños se les debe enseñar historia del mundo, historia de la Tierra, historia del pensamiento o historia de la humanidad, pero nunca historia regional, nunca una historia nacional.
Se dice que la historia nos permite recordar, y por tanto, nos permite no tropezar dos veces con la misma piedra. Esto es rotundamente falso, la historia perpetúa conflictos históricos, intereses pasados, rencillas de nuestros antepasados. Las historias nacionales perpetúan la identidad nacional y por tanto, perpetúan las diferencias culturales e ideológicas entre las distintas naciones o pueblos de la Tierra. No hay nada de sano en ello. Hoy los niños aprenden aquella historia que les separa a unos de otros, la historia de su nación, en vez de aprender la historia de la humanidad, la historia común, la historia que nos une…
                                   




Continuará…

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