Hoy en todo el mundo se enseña historia
regional o local, la historia política, social y cultural de una región mayor o
menor. Cada región enseña su historia
desde su punto de vista. Mientras en
los Estados Unidos los niños aprenden los nombres de los presidentes americanos
y la historia de su nación, en Europa
los niños aprenden los nombres de los presidentes de su país y las historias de su
región. En todo el mundo, los niños aprenden la historia de su nación, conocen todas las guerras,
revoluciones o cambios sociales que ha vivido su país, pero desconocen lo que sucedió en China, Rusia, América, Indonesia,
Europa… A mucho estirar, se les enseña la historia de su continente o del territorio vecino al suyo.
Ya cuando los niños europeos estudian la
Historia de Europa, no lo hacen igual en todas las regiones, no se enseña lo
mismo en todos los países europeos. Dentro de España, por ejemplo, la gente
educada en distintas regiones aprende historias distintas. Vemos, por ejemplo,
que mientras en Catalunya se enseña la historia del reino “Catalano-Aragonés”,
en Aragón los niños aprenden la historia del reino de “Aragón y Catalunya”. Lo
mismo sucede a mayor escala, los niños europeos aprenden mucha historia de su
región, un poco de historia europea y nada de historia china, india o
sudamericana. En Europa los niños aprenden que Colón fue el primer hombre en llegar a América, o dicho de otro modo, que
Colón descubrió el continente
americano. No es difícil detectar un prisma determinado en estas aserciones;
pues Colón sólo fue el jefecillo del primer grupo de europeos que llegaron a
América. Pues todos sabemos que ese continente ya estaba poblado y descubierto
por muchas otras culturas humanas.
Hasta ahora hemos visto que; 1. En cada
región se enseña básicamente su historia y la de sus vecinos, y 2. En cada
región se enseña la historia desde su punto de vista.
Además del ya conocido tópico; “la
historia la escriben los vencedores”, ahora es claro que los niños están mal
informados, que crecen con una información parcial y partidista de la realidad,
pues no se enseña más que la historia de la región en la que viven, desde una
perspectiva particular de la región. Cuando se enseña historia a un niño se
hace desde un prisma particular, se hacen juicios de valor, se enseña que esos
eran buenos y los otros malos, que unos eran cultos y los otros barbaros. Los
niños siguen aprendiendo que “los ingleses nos
atacaron” o que “los franceses nos
invadieron” o que “civilizamos a los
indígenas”… Se hace pues historia desde un prisma determinado, el de la propia
nación o Estado. Este hecho hace que los niños catalanes acaben desarrollando,
en su madurez, una animadversión con los españoles o con los franceses, es
decir, con aquellos que históricamente han dominado su región. Lo mismo ocurre
en los países coloniales o en cualquier otro país del mundo. Pues en todos
ellos se enseña la historia de su región desde su propio punto de vista, y así
aparecen ya los buenos (nosotros) y los malos (otros).
Mientras los niños aprenden ingestas
cantidades de información inútil acerca de quién atacó a su región o quién
gobernó en su país, prácticamente no saben nada de la Historia de la Humanidad
(HH) o de la Historia de las Ideas (HI), es decir, de la Historia del espíritu
universal.
Si hay algo que el cristianismo, la
escuela de Jesús, ha aportado a la humanidad y seguirá inexorablemente es su
revolución de la igualdad y de la fraternidad entre los hombres. Este es un
signo claro para cualquiera, pues la Historia de la Humanidad nos ha llevado a
organizaciones cada vez mayores, de mayor igualdad y fraternidad. Y si hay algo
que va en contra de este ideal, que separa a los hombres, que los hace
contrarios y enemigos de sí, eso es la historia regional, la historia local o
nacional explicada desde un punto de vista particular.
Los niños deberían aprender la Historia de
la Humanidad, es decir, la historia de la especie humana, la historia de la
cultura humana, la historia del pensamiento humano, la historia de la ciencia o
la técnica humana, la historia de las sociedades humanas. Y nada tienen que
aprender acerca de los líderes de su región, de las guerras de su país o de los
conflictos pasados. ¿Para qué sirven todos estos conocimientos de historia
regional, si no es para enfrentar a la gente, para defender la identidad
nacional? Y yo detesto de la identidad nacional, ¡qué cosa más repugnante! La
nación huele mal, la identidad nacional es repugnante y la historia de la
nación es vomitiva. Esto ayuda a que la gente se identifique como español, como
catalán, como distinto de, como diferente a, y por tanto, como no igual. No
quiero nada nacional, ¡basta de naciones! Yo me deshice de mi identidad
nacional hacia los veinte años, cuando aprendí que no hay nada mejor en mi
nación que en las demás, que no somos distintas especies de simios, que no
somos mejores personas. El nacionalismo, todo nacionalismo, es contrario al
ideal cristiano de fraternidad y amor entre las personas. Es un freno a ese
ideal, es una barrera para la unión fraternal de la humanidad. A los niños se
les debe enseñar historia del mundo, historia de la Tierra, historia del
pensamiento o historia de la humanidad, pero nunca historia regional, nunca una
historia nacional.
Se dice que la historia nos permite
recordar, y por tanto, nos permite no tropezar dos veces con la misma piedra.
Esto es rotundamente falso, la historia perpetúa conflictos históricos,
intereses pasados, rencillas de nuestros antepasados. Las historias nacionales
perpetúan la identidad nacional y por tanto, perpetúan las diferencias
culturales e ideológicas entre las distintas naciones o pueblos de la Tierra.
No hay nada de sano en ello. Hoy los niños aprenden aquella historia que les
separa a unos de otros, la historia de su nación, en vez de aprender la
historia de la humanidad, la historia común, la historia que nos une…
Continuará…
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